La peste del 18 en Brasil

Pandemia en Rio de janeiro

Francisco de Paula Rodríguez quería eliminar la enfermedad. También quería que Brasil no tenga pobres, porque estaba seguro de que la pobreza propagaba las enfermedades, o los pobres.

Pero esa, es una distinción importante que no sólo es un problema de lenguaje, porque no es lo mismo eliminar a los pobres que eliminar la pobreza.

En 1902, en Río de Janeiro si comías una fruta en el balcón de tu hotel. Era muy probable que en dos días, la fiebre te tenga postrado en tu cama, delirando y vomitando bilis, porque no tenías nada más que vomitar.

Pandemia en Rio de janeiro

Y dos días después, tu vecino llamaba a la policía porque desde tu cuarto salía un olor insoportable. Y cuando abrían la puerta, se encontraban con tu cuerpo pudriéndose encima de la sangre negra que salió de tus riñones, porque hace tiempo dejaron de funcionar y lo que te mató, fue un paro en el hígado tan doloroso que no tuviste fuerza para sacar aire y gritar por ayuda.

Era la fiebre amarilla y los habitantes pobres de Río de Janeiro tenían que sobrevivir a diario. Si la policía y tu vecino se escandalizaban al encontrar tu cuerpo, imagínate el horror si abrían una de las casas en el centro, esas casas que los brasileños llaman corchiços y nosotros llamamos guetos.

Se hubieran encontrado con familias enfermas, aún vomitando encima de sus parientes, tratando de hacer un espacio en medio de la enfermedad de los demás. Sin nadie que los ayude sin hospitales ni enfermeras, sin servicios básicos como agua potable o alcantarillado.

Ese pozo séptico de enfermedad y muerte es el que salía al aire de Río y contaminaba todo a su paso, enfermando a ricos y a pobres, porque en el Río de Janeiro de 1902, las casas de los pobres estaban en medio de las mansiones y hoteles de los ricos.

Y por eso Francisco de Paula odiaba la enfermedad y a los pobres, o a la pobreza. Cuando asumió el cargo como presidente de Brasil se propuso eliminarla.

Mandó a traer maquinaria enorme, que había sido usada años antes para abrir un sendero en el mar, unos kilómetros más arriba en la ciudad de Panamá.

Esa maquinaria, derrumbó las casas de los habitantes pobres de Río sin avisarles. Los que intentaron resistirse, escaparon de ser triturados por las enormes palas.

En menos de un día, se quedaron en la calle en medio de la lluvia, tratando de proteger a su hijos con hojas de mandioca brava.

La maquinaria se llevó hasta los nidos de ratas que todos vieron huir hacia las colinas que circundaban la ciudad.

A esas colinas se había desplazado unos años antes otra generación de pobres, 20 mil soldados negros que fueron usados en la guerra de los canudos. Y que luego fueron desechados como animales de carga. «antes por lo menos podían ser esclavos» diría un político de la época refiriéndose a que por lo menos así tenían una comida al día.

Allá tuvieron que huir los pobres que se quedaron, que habitaron Río antes de el presidente Francisco de Paula se haya imaginado un Río de Janeiro sin enfermedad, parecido a París. Como si en París no hubieran vivido también los miserables.

Ahora la ciudad los desplazaba para poder construir alcantarillados, calles alumbradas y hospitales. Desde ahí los pobres vieron como Río de Janeiro se erigía como una de las ciudades más grandes de Latinoamérica.

Cuando los turistas llegaron el año siguiente, todo estaba limpio. Ya no había pantanos de agua verde ni enjambres de mosquitos que no dejaban ver el color del mar. Todo era perfecto, incluso un detalle que antes no existía, en las noches las colinas se alumbraban en pequeños puntos. Como si los mosquitos, ahora fueran un enjambre de luciérnagas.

A la distancia se veían miles de luces que titilaban débiles en las colinas de Río. Incluso el sonido; era un ligero zumbido que apaciguaba las noches del centro.

Un periodista local, Gilberto Marinho Freire, escribió un editorial para explicarle a la gente de Brasil, que esas no eran luciérnagas, sino gente, gente pobre prendiendo velas para poder ver en la inmensa oscuridad de la favela.

Gilberto estaba indignado por la manera en la que el presidente Francisco de Paula había desplazado a los pobres de Río. Sus escritos atrajeron a intelectuales de la izquierda brasileña, que se unieron en oposición al presidente.

Pero las obras de Francisco de Paula habían dado resultado, el alcantarillado y los hospitales funcionaban, durante todo 1903 los habitantes de Rio, los nuevos habitantes de río, al fin estaban libres de la insalubridad.

Pero fue ahí, en ese año, cuando la enfermedad surgió. En el primer trimestre de 1904, los habitantes de las favelas se habían acumulado, tratando de sobrevivir en este nuevo entorno, donde la humedad era mayor y los mosquitos se multiplicaban.

Un nuevo brote de fiebre amarilla, esta vez más letal, arrasó con sus habitantes. Y cuando los recién construidos hospitales de Río estaban a tope, surgió una segunda ola de enfermedad, un brote de sarampión que atacó especialmente a los niños.

Los enfermos eran tantos, que los hospitales colapsaron, más de 2000 niños murieron ese en un año.

El periodista Gilberto Maurinho no tardó en escribir nuevas editoriales acusando al presidente Francisco de Paula. Esta vez tenía evidencias de que sus políticas habían traído el desastre. Lo culpó de los miles de muertos en las favelas de río.

No podemos saber lo que Francisco de Paula sintió al respecto. Si era verdad que solo quería acabar con al enfermedad entonces se debió sentir completamente derrotado al saber que solo había creado condiciones favorables para una pandemia.

Y por otro lado si lo que quería era deshacerse de los pobres, ningún genocida se da el trabajo de complicar las cosas, solo elige el grupo étnico o ideológico que quiere exterminar y manda a construir una pared , trae cinco o seis hombres y les da fusiles.

Pero Gilberto Marinho tenía una teoría, y era que si un hombre no quiere cargar con el peso de la muerte de miles de personas se inventa un laberinto, y eso distrae a su propia conciencia de enfrentarse a su moralidad o la de los demás.

En otras palabras, Gilberto Marinho creía que el presidente de Paula, estaba justificando la muerte de inocentes a cambio de un Brasil moderno.
Y así empezó un juego estúpido entre él Marinho y el presidente.

Cuando uno organizó una brigada Anti- mosquitos que debía fumigar cada casa en las favelas de río. El otro lo acusó de usar químicos para envenenar a los recién nacidos.

Cuando uno organizó los mata-ratas, una escuadra parecida, o idéntica a la antimosquitos, pero encargada de poner veneno para ratas debajo de cada casa de la favela. El otro lo denunció por tratar de envenenar el agua de los pobres de río.

Y entre más el presidente intentaba, más opinión pública en Brasil se ponía en su contra.

Hasta que se sintió con las manos atadas y al finalizar el año 1904, un nuevo brote de varicela le hizo tomar una decisión radical.

De Paula estaba convencido de que la única manera de evitar una nueva pandemia de viruela era vacunar a cada brasileño y sobre todo a cada brasileño residente en las favelas de Río.

Pero en este punto, el congreso, que al inicio era mayoritariamente pro-gobierno, ahora estaba dividido y no querían aceptar esta idea radical.

Las vacunas recién habían empezado a producirse en masa, y nadie sabía exactamente cuáles eran sus efectos, lo único que se sabía es que servían para evitar ciertas enfermedades, pero ni siquiera los médicos europeos estaban seguros.

Pandemia en brasil

El presidente De Paula, se obstinó, estaba convencido de que la vacunación era la única manera de evitar una futura pandemia. Así que tomó el riesgo y forzó al congreso a pasar una ley de vacunas, en la que se daría plenos poderes a la policía y el ejército para obligar a las personas a ser vacunadas.

Y Este fue el punto de quiebre. Pero la campaña apenas empezaba.

El periodista Gilberto Mourinho reportó los abusos. Describió como la policía, formada en su totalidad por hombres, obligaban a las mujeres de las favelas a desnudarse, para inyectarlas con este líquido que posiblemente servía para terminar de matar a todos aquellos que el presidente no había podido matar hace unos años.

Todo esto, mientras los hombres eran sujetados a la fuerza, obligados a ver como sus esposas, hermanas o hijas eran manoseadas.

Además Gilberto, consultó con médicos brasileños, y la gran mayoría se oponía a la vacunación, hasta donde ellos sabían, no era una forma comprobada de combatir una enfermedad, y peor aún, temían que esta campaña provoque una pandemia aún mayor, tan grande que terminaría con la población de Brasil.

Gilberto Maurinho creó así una liga anti-gobierno, junto a médicos, autoridades de la iglesia católica e intelectuales de izquierda, escritores y artistas que estaban convencidos de que el presidente estaba abusando de su poder para exterminar a los pobres de Río.

Estaban dispuestos a derrocar al gobierno de de De Paula si él se obstinaba a continuar con esta campaña de guerra contra el pueblo brasileño.

De Paula quiso contrarrestar esta propaganda que tenía en contra imprimiendo panfletos, que tenían la intención de educar a la población de las favelas sobre la vacunación obligatoria.

En estos panfletos se trataba de explicar cómo funcionaban las vacunas. Se explicaba por ejemplo que si una infección estaba presente en el estómago, se trataba de millones de bacterias, infectando y enfermado a células sanas que estaban viviendo en el estómago.

Pero que a medida que la infección avanzaba se transformaban en células dañadas que terminaban infectado el resto del cuerpo.

Con una vacuna, las células aprendían a defenderse, y en caso de una nueva infección, este virus debilitado era desplazado a vivir en las periferias, en la garganta por ejemplo, pero ahí ya no causaban daño, porque habitaba en estado pasivo.

Pero Gilberto Maurinho leyó entre líneas. Para él, esta explicación del gobierno era sólo una analogía de lo que De Paula había hecho con los pobres de Brasil dos años antes.

Cuando trajo maquinarias para destruir sus casas, y luego obligarlos a vivir en la periferia de Río, de forma pasiva. Para él, la hora de la revuelta de los pobres había llegado.

La gente rechazó la pobre explicación del gobierno y acogió los escritos apasionados de Gilberto y el diez de noviembre de 1904 se alzaron en revuelta contra los policías de la brigada de vacunas.

Hubo disturbios, y en los disturbios hubo heridos, y luego muertos. 30 muertos y 110 heridos en total.

Cuando el ejército estuvo a punto de amotinarse contra el presidente, el congreso intervino y detuvo la campaña y obligó al presidente De Paula a desistir.

Esta vez tuvo que ceder. Y terminó el periodo de su gobierno en soledad. Sin poder pasar ninguna ley importante. El día que dejó el palacio de gobierno la gente salió a las calles a festejar.

La liga anti-vacunas de Brasil había vencido. Los pobres estaban a salvo y el tirano se había ido. Esa era la historia en los periódicos propiciada por Gilberto Mourinho

Y Brasil vivió en paz para siempre.
Excepto que no.

Durante los siguientes diez años, hubo 1000 muertes al año por fiebre amarilla y los casos de sarampión se multiplicaron, matando a más niños que antes.

Pero ningún político volvió a intentar nada parecido. Gilberto Mourinho, en cambio, se dedicó a hacer periodismo de otros temas. Como por ejemplo la guerra que se desató en Europa, en 1914.

Y cuatro años después, En octubre de 1918, el mundo se había hundido en la guerra más grande de la historia de la humanidad. Rio de janeiro, ahora servía como puerto de abastecimiento.

Uno de los barcos que pasó por Río, apodado «la plata» partió con una comitiva de 12 médicos brasileños que se iban a encargarse de ayudar a los heridos en el frente francés.

Cuando «la plata» llegó al puerto de Dakar, la tripulación y la comitiva médica se habían transformado en 157 cadáveres. Apenas se abrieron las escotillas, el pesado olor hizo vomitar a los estibadores.

Estos ayudaron a sacar a cada uno de los cuerpos pero algunos llevaban tanto tiempo muertos, que se partían en dos, como una fruta podrida.

Los trabajadores no tenían guantes ni mascarillas contra gérmenes, porque no existían. Y no iban a existir hasta dentro de un año cuando el mundo entero se contagie de esta pandemia. Mientras tanto, La enfermedad se había esparcido desde Europa hasta Estados Unidos, y desde ahí al África.

Había un acuerdo silencioso entre los gobiernos europeos para silenciar las noticias sobre esta enfermedad.
No querían causar más pánico a la población, que suficiente tenían con las noticias de la guerra.

Por esto y otras razones sin importancia, esta enfermedad se denominó gripe española. Los españoles fueron los únicos en compartir esta información con el mundo.

Los periódicos de Río de Janeiro recibieron la noticia pero para ellos era solo una anécdota más. Para ellos llamaba más la atención decir que hay diez mil muertos en Verdún, uno de los frentes de batalla de la guerra mundial, que decir que hay algunos ancianos muriendo de gripe.

Y nadie se tomó en serio la enfermedad, era solo un resfriado, y habían pasado por cosas peores.

Uno de los periódicos más importantes de Río de Janeiro estaba dirigido por el ahora veterano del periodismo Gilberto Maurinho. Habían pasado más de diez años desde su victoria sobre el gobierno y cuando leyó la noticia, arrugó el papel del mensaje y ordenó que nadie imprimiera nada sobre la causa de la muerte de la comitiva médica a bordo del barco “la plata”.

Gilberto tomó esta decisión porque temía que el gobierno actúe de forma parecida a como había actuado Francisco De Paula diez años antes.

Temía que los políticos de turno usen esta noticia para impulsar leyes parecidas a la de la vacunación obligatoria. A sus ojos, esto sólo provocaría una nueva oleada de abusos contras los pobres de Río.

Además, y este es un gran agravante, el ex-presidente De Paula estaba postulándose para las elecciones de ese año. Quería volver a la presidencia a hacer lo que no pudo en su primer mandato.

Gilberto no podía imprimir la noticia de que posiblemente habría una nueva enfermedad, porque eso impulsaría a De Paula. Así que Gilberto guardó silencio sobre el barco con enfermos.

Y uno solo se puede imaginar, si esto fuera una película, el momento en el que el telegrama con la noticia cae en el basurero, esa escena cortaría a una adentro del barco que acaba de partir del puerto de Dakar, en África. Adentro viajan varios europeos , están tosiendo y estornudando, algunos delirando de fiebre en hamacas improvisadas.

Cuando el barco llega a río de Janeiro, no es más que una tumba flotante de cadáveres podridos.

Los estibadores brasileños tampoco tienen el equipo adecuado, así que sacan a los muertos y los colocan en la vereda. La gente que pasa por los muelles se va acumulando, para ver este museo ambulante del horror.

Más tarde esos estibadores, van a jugar un partido de fútbol, en una liga local de trabajadores. Ninguno se ha aseado correctamente, más allá de echarse un poco de agua en las axilas y la cara.

panfletocuarentena

En ese partido, al minuto seis uno de los estibadores lanza una patada por detrás a un jugador del otro equipo. Todos se le vienen encima. El árbitro trata de intervenir y se pone justo en la mitad, desde donde recibe casi todas las partículas de saliva que salen expulsadas desde los pulmones de los futbolistas que se gritan unos a otros.

En las tribunas están algunos de los asistentes al museo del horror de la vereda. Ellos también lanzan gritos hacia el campo, expulsando saliva sobre las personas de la platea baja.

Cuando el partido termina, cada una de esas personas traza una línea de contagio distinta: Algunas van a la fiesta de turno en algún barrio de Río, donde se tocan con otros o se pasan saliva por las bebidas, o los besos.

Otros van a sus casas, donde están sus familias. Cada una de esas personas tiene contacto con la menos dos más y Un mes después de ese partido de fútbol, Río de Janeiro tiene medio millón de infectados.

Los muertos empiezan a acumularse y los hospitales tienen que cerrar sus puertas para que no ingresen más pacientes. La gente se muere en la vereda que da al hospital. Los doctores están tan cansados que se quedan dormidos en el piso al lado de las camas de los enfermos.

Uno de ellos contaría cómo iba a meterse en los contenedores de la basura del hospital, para poder dormir al menos diez minutos.

En unos días los doctores y enfermeras también se contagian de la gripe y ya no hay quién atienda a los pacientes.
La gente empieza morirse en las calles y el gobierno despliega a la policía para tratar de mantenerlos en cuarentena.

Prometiéndoles desde megáfonos hechos de cartón, que la enfermedad pasará pronto si se quedan en sus casas.

Pero la gente sigue saliendo porque no cree en el gobierno, así que el gobierno acude a un periodista que es conocido por llegar a la gente, sobre todo a los pobres que viven en las favelas. Gilberto Mourinho.
Y Gilberto tiene que morderse la lengua y darle la razón a Francisco De Paula.

El presidente que trató de crear escuadrones anti – enfermedad que prácticamente obligaban a la población a cumplir con medidas sanitarias. Gilberto Mourinho escribió apasionados panfletos, en portugués simple, muy simple, tan simple que los dos o tres habitantes de las favelas que sabían leer se los leyeron a los demás.

Esta era una enfermedad seria. La única forma de combatirla era con una cuarentena.

Pero la gente se preocupó más por conseguir la comida que escaseaba y en recoger agua hasta que las cisternas se secaron.

Se formaron disturbios y la policía tuvo que obligar a golpes a la gente a meterse a las casas.

Y así, en lugar de morirse en las calles se murieron en sus cuartos, en sus cocinas, o en sus patios.
Los que sobrevivieron lanzaron a sus muertos por las ventanas.

El gobierno decretó un estado de emergencia. Llegaron contingentes enteros de soldados para recoger los muertos de la calle. Estaban siendo devorados por ratas, y el virus que solo era una gripe ahora era algo peor, una mezcla de gripe, rabia y fiebre.

Para evitar más contagios, el gobierno distribuyó a sus soldados mascarillas recien traidas de europa. Esas mascarillas no eran más que telas con dos hilos para colocarse en las orejas.

Antes de entrar en la cuarentena, los habitantes del centro de Río fueron a los mercados y tiendas de abarrotes a comprar toda la comida que quedaba.

Se encerraron en sus casas, en sus hoteles, los mismos hoteles desde donde antes podían ver a un pobre hacer sus necesidades, ahora tenían vista privilegiada para ver cómo los muertos caían por las ventanas y se acumulaban en la calle.

Pero al menos estaban seguros. Tenían comida y materiales de limpieza

Debido a que las fronteras con los otros sectores de Brasil estaban cerradas, la comida dejó de ingresar. Los habitantes de las favelas, que vivían al día, empezaron a morirse de hambre.

Una mujer recordaría, años más tarde, como tuvo que encerrar a sus padres en el cuarto por miedo a contagiarse, y cuando el ambiente empezó a tener mal olor le daba miedo abrir la puerta, porque no sabía lo que iba a encontrar adentro, no sabía si se habían muerto de la gripe o si habían intentado algo terrible a causa del hambre.

Otro testigo recuerda que en medio de su convalecencia en el hospital empezó a alucinar que la ciudad se convertía en una ciudad de muertos.

Vio personas bajar de las favelas, con los huesos mostrándose en la piel y llagas en las piernas. Con los ojos nublados de una materia gris, mientras emitían un sonido gutural que parecía el llamado de la muerte.

Pero no estaba alucinando, cuando no pudieron más con el hambre, los habitantes de las favelas bajaron a la ciudad, buscando comida, encontraron los mercados vacíos, algunos no dudaron en raspar la tierra para recoger los granos que se habían desperdiciado, otros incluso lamían el piso donde un poco de azúcar se había regado.

Luego fueron a las casas y hoteles de los que se habían llevado la comida. Llegaban a reclamar lo que les habían quitado hace diez años.

Los propietarios de las casas trataron de defender a sus familias , pero la horda de enfermos y hambrientos era tan grande que los pasaron pisando, algunos murieron asfixiados debajo de los pies de miles de pobres que reclamaban un poco de la comida que los otros habían acumulado.

Estos sucesos no pudieron ser detenidos por nadie, en este punto de la pandemia, la fuerza pública era inexistente, la mayoría había enfermado por tener que cargar los cadáveres hasta el cementerio.

Un empresario, el dueño del tranvía que cruzaba por la calle principal de Río de Janeiro, tuvo una idea. Usar los carrito de tranvía para transportar a los muertos.

Pero no había gente sana que hiciera el trabajo, así que el Alcalde de Río fue al único lugar donde quedaban hombres sanos. La cárcel de Río de Janeiro.

Los presos eran los únicos eran los únicos que, obviamente habían mantenido una cuarentena, y era la única población sana que quedaba. Los liberó para hacer el trabajo, con una decena de soldados que apenas podían respirar por la congestión pulmonar.

El tranvía hizo un solo viaje hasta el cementerio y no regresó más.

tranvia en medio de la pandemia de brasil

Cuando los que quedaron fueron a ver qué había ocurrido, se toparon con una pesadilla. Los soldados estaban muertos, tirados a la entrada del cementerio, y un pequeño grupo de cadáveres semi-enterrado en medio de las tumbas.

Muñones de manos y pies mutilados emergían de la tierra.
Les habían arrancado las manos para robarles los anillos, a las mujeres les habían cortado las orejas, para robarles los aretes.

Habían desnudado los cadáveres de mujeres jóvenes y el cuerpo de más de una había sido violentado. Algunos presos habían cometido actos de necrofilia, impulsados quizás por el pánico o quizás simplemente porque eran presos, asesinos y violadores.

Según Laura Spinney, en su libro el jinete pálido, Pedro Nava, un sobreviviente a la pandemia, escribió en sus memorias este suceso:

“… Después llegaron los presos. El caos. Reclutaron reos para agilizar los trabajos. Se propagaron rumores espantosos: de dedos y lobulos cortados para robar las joyas, Rumores de que levantaban las faldas a las muchachas, de necrofilia. De personas enterradas vivas…” 

En medio de todo este infierno corría también el rumor de que los médicos en los hospitales estaban tratando de acelerar el procesos de muerte de los enfermos. Les daban veneno para que hubieran más camas disponibles para enfermos que si podían salvarse.

Laura Spinney, dice al respecto de estos episodios. 

“¿Eran ciertos los rumores o se trataba de una especie de alucinación colectiva?  ¿Había dado la ciudad rienda suelta a la imaginación por miedo? Pedro nava llegó a la conclusión de que, en el fondo, no importaba, porque el efecto era el mismo. El terror transformó la ciudad, en algo post-apocalíptico. Si se llegaba a ver un ser humano en las calles, era porque estaba huyendo. Siempre corrían, eran siluetas negras” 

Luego de dos meses la ciudad de Río se había convertido en una ciudad fantasma. Había tantos muertos que el virus ya no tenía como esparcirse.

En ese punto de la pandemia habían 20 millones de personas muertas en todo el mundo.

Pero los virus tienen que adaptarse a su huésped, si el huésped muere también muere el virus, por eso entre huésped y virus tiene que crearse una tregua. Los que sobreviven crean defensas, pero el virus sigue vivo en el cuerpo.

Y esto es bueno, porque entre más población tenga inmunidad es menos probable que se vuelva a producir una pandemia.

Pero hasta encontrar la tregua, millones deben morir, porque el virus debe mutar en distintas opciones, deben haber varias generaciones de virus hasta que haya una que sea lo suficientemente fuerte para sobrevivir en un cuerpo, pero no tan letal que mate al huésped. Y en el camino puede irse llevando todos los huéspedes posibles y acabar con esa especie. Es por esto que la peste bubónica casi acaba con la población de Europa y un rezago de esa peste, aniquiló a casi el 90 por ciento de indígenas en América.

Cuando los sobrevivientes de Río de Janeiro volvieron a salir a las calles, luego de la cuarentena, salieron a recoger muertos.

Porque si bien, el virus ya había pasado, las bacterias de la descomposición estaban latentes, y a punto de convertirse en una enfermedad peor.

Los sobrevivientes veían el mundo en blanco y negro. Y esto no es una mala metáfora.

La gripe española tenía la particularidad de dañar el nervio óptico. Una condición conocida como discromatopsia que provoca que los ojos dejen de captar el color.

Para ellos el cielo ya no era azul ni las hierbas verdes. Y en esas condiciones tuvieron que cavar una enorme fosa común en las afueras de Río, entre todos juntos, sabiendo que estaban a punto de enterrar a sus familiares, vecinos o amigos.

Nadie podía diferenciar los cuerpos porque se habían descompuesto más allá del reconocimiento.

La ciudad tenía un silencio aterrador. Casi nadie quería hablar, y los que si, apenas susurraban, como si les hubiera dado vergüenza pertenecer a los vivos.

Mientras tanto En Europa, la Primera Guerra mundial llegó a su fin. Dejando 40 millones de muertos a su paso.
La primera oleada de la gripe española dejó, en cambio, 500 millones de infectados y 50 millones de muertos

El mundo había cambiado desde el inicio de la primera guerra mundial, cuando la gente aún se transportaba en caballos y los aviones eran solo una anécdota. Al finalizar la guerra, se habían inventado, camiones, autos, aviones y globos gigantes que se paseaban por el cielo.

Esto ayudó a transportar medicinas e insumos para las localidades más afectadas.

Los doctores, aprendieron muchas cosas de la gripe española. Aprendieron cómo lidiar con un gran número de muertos, cobraron una importancia que antes no tenían, se podría decir que empezó una nueva era de la medicina donde sus practicantes eran más profesionales. Y sobre todo, se le dio mucha más importancia a la vacunación.

En medio de esto, el ex presidente Francisco de Paula y su director general de salud, el doctor Oswaldo Cruz fueron condecorados por sus esfuerzos iniciales para combatir la enfermedad.

Y ahora que otra vez era candidato para un segundo período de presidencia, prometió cambiar el sistema de salud de Brasil.
Esta vez no tuvo resistencia.

El periodista Gilberto Mourinho había muerto unos meses antes por la gripe. Francisco de Paula ganó las elecciones de 1919 con el 99 por ciento del voto. Aunque, no todos los ciudadanos brasileños estaban permitidos para votar, los sectores de extrema pobreza de Brasil tenían otras preocupaciones en ese momento.

Y así, el hombre que quería acabar con la enfermedad en Brasil iba a tener una segunda oportunidad de hacerlo, y parecía que nada lo iba a detener esta vez.

Excepto la muerte, que le llegó un mes antes de asumir el cargo. Murió infectado de gripe española.

En lugar de él asumió su vicepresidente, Delfim Moreira, quien se propuso tratar de seguir con el plan de su predecesor. Pero otros problemas se le vinieron encima y nunca pudo dedicarle tiempo a la salud, sobre todo el levantamiento de grupos subversivos en Brasil, respaldados por algunos militares que estaban cansados de la miseria.

La economía de brasil y del mundo había quedado tan golpeada por la pandemia que se vinieron varios estallidos sociales.

Hasta la mesa de gobierno de Delfim Moreira llegó la esperanza de un nuevo producto que prometía sacar a Brasil de la pobreza.
Pero que solo se encontraba en lo más profundo de su amazonía: el caucho.

Para explotarlo, debía enviar a grupos masivos de gente a trabajar, muchas de esas personas, eran sobrevivientes de la primera oleada de gripe española. Cuando estos trabajadores brasileños llegaron a Iquitos, en Perú, el centro de comercialización del caucho, no sabían que eran los portadores de un virus silencioso, que había mutado, y que ahora se iba a esparcir en todos los barcos que llevaban materia prima hacia el interior de Latinoamérica.

Cada uno de esos países había escuchado sobre la pandemia, pero ¿estaban listos para lo que vendría?

Todo lo que hizo falta es que uno de esos trabajadores brasileños tosiera y Latinoamérica nunca más sería la misma.

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